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    Eusebio de Jesús Dojorti Roco, BUENAVENTURA LUNA, nació el 19 de enero de 1906 en el valle sereno e iluminado de Huaco, provincia de San Juan.
    "Dorados potreros, trajín de alza y trilla, molinos de rodezno, novena de caja y copla, fueron sus juegos infantiles", dice el escritor sanjuanino Rogelio Días Costa.


    "Dicen los "sabidores" de antiguas cosas, que Huaco es, seguramente, la última población sureña del vasto imperio del quichuas o keswas. Y así nomás ha de ser. Huaco es quichua, y quiere decir pozo, olla, tinaja, hueco u hondonada de piedra o greda. Y, en efecto, el vallecito es estrecho, aprisionado por serranías coronadas de cactos; y, además, parece un macetero abandonado al sol fuerte, por alguna alfarería aborigen de ciclópea grandeza".


    "Una niñez feliz, campesina y cristiana, que la figura materna nutría de espiritualidad, marcó la personalidad de Eusebio. De aquellos años viene su admiración y su cariño por uno de los "campañistos" de la tierra de su padre. Era Buenaventura Luna, hombre de confianza encargado del ganado y responsable del ordeñe, cuyas "tortas al rescoldo" y relatos montañeses saboreaba el niño preferido, mientras era cargado en la misma montura o adormecido junto a los fogones". De él toma su nombre artístico.


    Vivió con intensidad la convulsionada política de San Juan en los años ´30. Fundó allí el periódico "La Montaña", donde, con bravura, difundió su ideario libertario. Padeció persecución y cárcel y permaneció detenido 77 días en Calingasta. Huyó a Mendoza, donde recibió asilo político.


    En los años ´40 se radica en Buenos Aires, donde se dedica plenamente a su oficio de escritor y periodista. La radiofonía ocupó un lugar de privilegio en su vida: era el medio de comunicación socio-cultural más relevante de la primera mitad del Siglo XX, pero también fue autor de una vasta obra artística: relatos, poesías, canciones, artículos periodísticos y argumentos cinematográficos (cuatro de ellos completos y dos inconclusos). Funda allí la "Tropilla de Huachi Pampa", "Los Manseros del Tulum" y "Los Pastores de Abra Pampa", todo bajo su dirección artística.

 

    Su producción radial va desde "Zafarrancho vocal", en Radio Colón (1926) hasta "El fogón de los Arrieros" (Radio El Mundo), que fue el primer programa radial de folklore del país, poniendo así al alcance de todos los habitantes, sin distinción de posición económica, la música nativa que terminaba de cristalizar, dando la oportunidad a los habitantes de nuestro suelo de sumar aportes a la música popular. Luna creaba los libretos y hacía una especie de radioteatro donde participaban los integrantes de "La Tropilla de Huachi Pampa", a quienes ponía nombres de ficción: "Siriaco Vera" (Canales), "El chueco de las tuscas" (Narváez) (...) y así con estos personajes, siempre con el fondo musical de "La Tropilla de Huachi Pampa".

 

    La altura de su producción poética se condice con la responsabilidad histórica. En sus palabras alude a hechos, costumbres, acontecimientos sociales y políticos y aspectos del vivir cotidiano que nos revelan el mundo y las luchas humanas, buscando soluciones desde un horizonte nacionalista expandido hacia el americanismo.

 

    Los artistas que en 1963 dieron forma al "Manifiesto del Nuevo Cancionero", en Mendoza, expresaron: "(...) Es con Buenaventura Luna en lo literario y con Atahualpa Yupanqui en lo literario-musical, con quienes se inicia un empuje renovador que amplía su contenido sin resentir la raíz autóctona. Tanto Luna como Yupanqui reflejan en su obra las dos regiones más ricas en expresiones musicales: el Noroeste y Cuyo. Estos, sin ser los únicos, son los más representativos precursores por la calidad y la extensión de sus obras y en su vocación de expresar renovadoramente la canción popular".

 

    Es permanente, en la obra de Luna, su talento poético, el amor a su patria y a su San Juan.

 

    Muere en Buenos Aires el 29 de Julio de 1955, cuando sólo tenía 49 años de edad. Olga Maestre, su esposa, sus siete hijos y sus amigos lo acompañaron hasta el final.

 

    Al año de su muerte sus restos fueron llevados a su Huaco natal. En Jáchal lo esperaban cientos de gauchos a caballo, que en cortejo de lágrimas y canciones lo llevaron, entre sus cerros y valles, hasta su tumba, bajo un añoso algarrobo, como él lo deseó en vida.

 

    Una rústica cruz de palo en el cementerio de Huaco nos señala su morada final.

 

 

 

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